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Día 3: Beaune - Sankt Peter

Aprovechando que estábamos en Borgoña no compramos vino pero visitamos el hermoso Hôtel Dieu de Beaune, con su tejado multicolor. El Hôtel Dieu era un hospicio ya en tiempos de maricastaña pero así, dicho en francés, parece mas un establecimiento de la lujosa cadena hotelera Relais et Chateaux. Dentro aun se pueden ver las camas de los enfermos tal y como se encontraban hace cuatro siglos. Resulta siempre increíble comprobar lo bajita que era la gente antes. Por el tamaño de las camas parece que nadie midiese mas de 1,60 en la Edad Media. A lo mejor era un hospital para hobbits...

Tras Beaune palizon de autopista hasta la frontera Alemana. Paramos a comer antes y entre la modorra de la digestión y el solecito me quede sopa. Cuando me desperté acabábamos de entrar en Alemania y con la boca aun pastosa le pregunte a Nati si habíamos pasado en Rin, y claro que lo habíamos pasado y yo me lo había perdido por gañan. Pensé en decirle que diera media vuelta pero total diez días después deberíamos atravesarlo de nuevo así que no merecía la pena.

Lo primero que sorprende de las autopistas alemanas es que son gratuitas y lo segundo que están llenas hasta los topes de coches y camiones. Los coches son todos Mercedes y Audis, que deben estar de saldo, y, sobre todo, de Wolkswaggens, que, a jurar por su proliferación debe de ser que los regalan en las tapas del yogur. El numero de camiones es increíble. Hay miles de ellos, la mayoría alemanes pero también húngaros, checos, eslavos y algún que otro de El Ejido. Resulta entretenido ver lo que transportan: cerdos, motores, biblias luteranas, bidones de Zyklon B y otros productos típicos germanos. Cuando un camión se pone a adelantar a otro la cosa es un espectáculo pues las normas camioneriles teutonas son muy estrictas y para no desgraciar el tacómetro el camión adelantado va a 100 por hora y el adelantador a 102 por hora con lo que suelen tirarse un par de minutos en paralelo. Eso si, educación y civismo a espuertas. Ni un claxonazo, ni unas luces largas, ni unos malos cuernos vimos en todo el viaje. Ahí íbamos nosotros con nuestro Citroën Saxo por la izquierda adelantando en modo agonía al septuagésimo quinto camión cisterna y mientras tanto una paciente fila de BMWs, Porsches y Mercedes detrás y guardando la distancia de seguridad. Cuando conducía yo a veces les ponía a prueba solo para joder, a ver cuanto aguantaba la formación cívica al volante y me tiraba un buen rato a 100 por hora (y eso que en las autobahns alemanas no hay limite de velocidad) y nada, los tíos aguantaban carros y carretas.


A eso de las 15:00 llegamos a nuestro destino, Sankt Peter, un pueblo en medio de la Selva Negra. Nati había avisado, por si las moscas, que llegaríamos tarde (sobre las 19:00 no os vayáis a creer) pero el adelanto no nos granjeo la simpatía de la mujer del hotel. Llamamos insistentemente a la puerta de la gasthof (los gasthof son una mezcla de casas rurales y posadas medievales) pero parecía no haber nadie. Por fin apareció un hombre y no nos dejo ni explicarnos pues dijo que enseguida vendría su señora. Al rato aprecio ella y nos dijo que nos esperaba para las 19:00 de una forma que parecía que hubiésemos estrangulado a su hijo con nuestras propias manos desnudas. En fin, yo creo que les pilamos en medio de un kiki y, claro, eso jode a cualquiera.


De todas maneras el hotel estaba muy bien y la habitación era magnífica. Los alemanes no tienen el mismo tipo de ropa de cama que los españoles. Allí emplean un edredón directamente y este siempre se encuentra doblado encima de la cama junto con una enorme almohada. Eso si, edredón de plumón de pato en agosto. Y se agradece la verdad.

Pasamos el resto del día yendo de acá para allá por carreteras de la Selva Negra. Esta zona del suroeste de Alemania esta toda ella llena de lo que nosotros, pobres mesetarios de secarral castellano, consideramos bosques increíbles. También abundan las vacas y las granjas de tamaño gigante donde seguramente durante generaciones han cohabitado los granjeros y sus sirvientes en armonía y consanguinidad.

Hicimos varias paradas para caminar y perdernos un poco y también dimos un rulo en barca por el Titisee (ridículo nombre para un precioso lago alpino). Junto al lago había una tienda llena de parafernalia alemana -relojes de cuco, jarras de cerveza, salchichas de látex (quizás después de todo no eran salchichas)- repleta de ciudadanos orientales, chinos concretamente. Lo curioso es que la tienda disponía de, al menos, tres vendedoras, chinas también, para satisfacer los deseos de los consumidores orientales.

Cuando ya caía la noche, es decir a eso de las 19:30, y viendo que nos quedábamos sin cenar, paramos en una posada en medio de la montaña. El lugar parecía uno de esos sitios en los que Van Helsing y su ayudante entran en medio de los Cárpatos. Pese a mis reticencias culinarias para con toda la gastronomía al este de la Línea Maginot, la cena resulto estupenda y fue la única vez en todo el viaje que pude comer pescado (trucha, eso si).

La vuelta al hotel fue como de miedo. Con la tontería de ir de un lado para otro nos habíamos alejado bastante de nuestro lugar de pernoctación con lo que, para evitar llegar muy tarde cogimos un atajo. La expresión "voy a coger un atajo" es junto con "voy a mirar arriba que he oído un ruido" y "no os preocupéis que ya esta muerto" las frases favoritas de los guionistas de las películas de terror antes de que los protagonistas sean brutalmente aniquilados por zombis/vampiros/psicópatas/monstruos (táchese lo que no proceda). Aunque eran menos de las 10 de la noche hicimos 40 km. sin cruzarnos con nadie, ni un alma, ni un coche. Los pueblos que atravesábamos eran lugares fantasmas de calles desiertas y casas con las ventanas apagadas. Para cuando llegamos a nuestra habitación parecía que fueran las 4 de la mañana. Imagino que los alemanes se aguantan todas sus ganas de fiesta y desmelene para Mallorca porque lo que es allí daba la sensación de que habían tocado a muerto.

Lo de la señora alemana no creo que fuera por la interrupción sino que simplemente son así, al menos las de la Selva Negra, que son con las que más he tratado. Cuando estuve por primera vez allí, en 1998, la dueña del camping de Calw nos timó una buena cantidad de marcos a la hora de pagar. Con la excusa de que ni ella hablaba inglés o español ni nosotros alemán (tampoco mucho inglés, dicho sea de paso), la cosa quedó en ajo y agua. Como de bien nacido es ser agradecido, cuatro años después volví al mismo lugar con distinta compañía y la señora, que aparte de timadora era francamente desagradable en sus formas, seguía puesta en el mismo sitio y volvió a hacernos muchas perrerías (y más que nos tiene que hacer). También estuve en el Titesse, aunque no puse pie en su agua. El primer año estuve en el camping de al lado y el segundo, una tormenta que ni la de Barcelona del otro día jodió nuestros planes y no paramos.
Las autopisas alemanas son peores que las francesas pero la gratuidad se agradece. Y sí, el volumen de Audis, BMWs, Mercedes y demás utilitarios modestos es realmente impresionante.

Divertidísima crónica, sin duda. Al menos lo que llevs escrito hasta ahora. Por motivos absurdos, no la había leído hasta hoy, y me he echado unas buenas risas con la visita al Templo del Queso, y con los adelantamientos de veiculos longos en las autobahns. Espero ansiosamente las próximas entregas.

Por cierto, eso de que sólo hay seis fabricantes de roquefort en todo el mundo será un mero mito, ¿no? Porque hoy roquefort hay en cualquier supermercado de barrio... Claro que otra cosa ya es que haya una denominación de origen oficial o no, pero no sé, a mí me suena tan falso como los anuncios "locus amoenus" de Central Lechera Asturiana.

Gracias por los comentarios. Sobre lo del queso paso a explicar. En los super puedes encontrar roquefort 'Societe' o alguna marca blanca (que suele ser tambien Societe o Papillon). El resto de marcas NO son roquefort sino Queso Azul siendo el mas populara el conocido como 'Bleu de Auvergne'. Su aspecto es similar pero su sabor y textura no engañan a ningun buen aficionado a la delicada pasta azulada original. Loa unicos fabricantes de Roquefort del mundo son 7 (no 6 como dije equivocadamente): Societe (el mayor y mas famoso ya que aglutino desde finales del XIX a diversos pequeños queseros unifamiliares), Gabriel Coulis, Papillon, Carles, Vernieres, Fromageries Occitanes y le Vieux Brevis. Todos ellos tienen sus instalaciones en Roquefort sous Soulzon. Fuera de estas 7 marcas no se puede utilizar la Denominacion de origen Roquefort.

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