Dia 5: Heidelberg-Heidelberg
Eso de Heidelberg-Heildeberg suena a etapa contrareloj de la Alemanische Ziklisten Wolten pero no, lo que pasa es que en esta hermosa ciudad del lander de Baden-Württenberg hicimos noche dos veces y asi aprovechamos para ver la ciudad y sus alrededores. Por la mañana, tras la preceptiva parada en el Aldi reglamentario para desayunar algun engendro con muesli nos dirigimos a Schwetzinger, un palacio que ostenta el título de Patrimonio de la Unesco. Este galardón cutureta ha hecho mucho daño pues al final tiende a clasificar los destinos viajeros con estrellitas como si fuera un ranking de películas. Bueno, el caso es que el palacio es más famoso por sus jardines que por su interior (que no vimos y es que, seamos sinceros, los palacios suelen ser como las películas porno o los cuadros de Miró, que una vez visto uno se han visto todos y si se continúa es por vicio).
Los jardines del palacio son una cosa seria, llena de millares de flores, laberintos de setos, enormes rosaledas y topiarios (que son esos arbustos recortados con formas al estilo Eduardo Manostijeras). Ademas esta lleno de lagos y canales repletos de aves del mas diverso pelaje y carpas de esas caníbales que asoman la boca -una boca que parece un chocho- en cuanto ven a un paseante cerca del estanque. Si se es buena persona se sacrifica alguna galleta o resto de pan, pero si lo único que se desea es reirse a costa de la manifiesta superioridad de la raza humana y villania inherente a ésta entonces se puede engañar a los escamosos seres echandoles trozos de hierbas o chinas del suelo. Por ultimo, y en un tour de force de extravagancia, los diseñadores de los jardines colocaron aquí y allá algunos hitos muy del gusto romántico como una mezquita de coña, un templo griego de mentirijillas e incluso un castillito en ruinas. No me refiero a que ahora este en ruinas sino que fue construido deliberadamente con aspecto de ser una ruina. Todo ello un claro antecedente de la tematización que ha desembocado en Port Aventura y demas émulos del ocio postindustrial.
Tras una frugal comida al borde de la autopista, en el dia mas caluroso que se tenga constancia en estos paralelos nos dirigimos a Baden-Baden, la ciudad balneario por antonomasia. Por si no queda claro cual es el principal cometido de esta ciudad, Baden-Baden significa Baños-Baños y es uno de los destinos turísticos mas antiguos del mundo. En la antigüedad la gente no hacia turismo. O emigraban por causa de la hambruna, la enfemedad, la guerra y demas jinetes apocalipticos o peregrinaba. Pero el turismo como tal es un invento moderno y fue el turismo de salud uno de los primeros en emerger. Los balnearios y baños de ola fueron evolucionando desde el elitismo novecentista hasta Marina D'or. Las comparaciones son odiosas.
Pues bien, Baden-Baden sigue siendo una ciudad pijilla llena de tiendas guays, boutiques para cuarentonas pudientes y restaurantes con maitre y sumiller. Conserva un Casino de los elegantes y seriotes (antítesis de los de Las Vegas) y varias iglesias, palacetes, casas señoriales y demas ejemplos de arquitectura barroca. Pero lo mejor siguen siendo sus pabellones para tomar las aguas; sitios que retrotraen al rollito de amores entre tisicos o complots entre prusianos. Dentro de las hermosas y decimononicas instalaciones hay una fuente de uso publico cuyas aguas tienen, segun dicen, poderes curativos, magicos y demiurgicos por lo que me paresure a beberlas. La sorpresa fue mayuscula cuando comprobe con indisimulado desagrado que el agua surge a una temperatura mas semejante al caldo de pollo que otra cosa y un sabor solo ligeramente mas agradable que el agua de fregar. Por cierto, los helados en alemania son muy buenos y muy baratos. Obviamente tuve que engullir cuatro o cinco conos antes de sacarme el sabor del agua(ras) del balneario que habia ingerido.
A la tarde nos dirigimos a Heidelberg, ciudad universitaria llena de ambiente, de paseos maravillosos y de edificios con historia. La ciudad nos parecio increiblemente activa pero ordenada, repleta de tiendas y librerias, con terrazas llenas de gente cuan lagartijas al sol. Heidelberg parece un conglomerado de piedra anaranjada a orillas del Neckar. Cruzamos el antiguo puente para subir al Heiligenberg, la colina que enfrenta al castillo y desde la que se tienen las mejores vistas de la ciudad. Para llegar hasta allí hay que sudar la gota gorda por un estrecho sendero, cubierto de ramas y en semipenumbra llamado Philosophenweg que en su tramo inicial más parece una trinchera que un camino. El nombre rememora a sus más famosos paseantes, los filosofos de la cercana Universidad. Pese a todo me resultaba harto dificil imaginar a un Hegel o un Feuerbach con sus polainas y cuellos duros hablando sobre el ser y la nada mientras les atenazaba el flato.
Los jardines del palacio son una cosa seria, llena de millares de flores, laberintos de setos, enormes rosaledas y topiarios (que son esos arbustos recortados con formas al estilo Eduardo Manostijeras). Ademas esta lleno de lagos y canales repletos de aves del mas diverso pelaje y carpas de esas caníbales que asoman la boca -una boca que parece un chocho- en cuanto ven a un paseante cerca del estanque. Si se es buena persona se sacrifica alguna galleta o resto de pan, pero si lo único que se desea es reirse a costa de la manifiesta superioridad de la raza humana y villania inherente a ésta entonces se puede engañar a los escamosos seres echandoles trozos de hierbas o chinas del suelo. Por ultimo, y en un tour de force de extravagancia, los diseñadores de los jardines colocaron aquí y allá algunos hitos muy del gusto romántico como una mezquita de coña, un templo griego de mentirijillas e incluso un castillito en ruinas. No me refiero a que ahora este en ruinas sino que fue construido deliberadamente con aspecto de ser una ruina. Todo ello un claro antecedente de la tematización que ha desembocado en Port Aventura y demas émulos del ocio postindustrial.
Tras una frugal comida al borde de la autopista, en el dia mas caluroso que se tenga constancia en estos paralelos nos dirigimos a Baden-Baden, la ciudad balneario por antonomasia. Por si no queda claro cual es el principal cometido de esta ciudad, Baden-Baden significa Baños-Baños y es uno de los destinos turísticos mas antiguos del mundo. En la antigüedad la gente no hacia turismo. O emigraban por causa de la hambruna, la enfemedad, la guerra y demas jinetes apocalipticos o peregrinaba. Pero el turismo como tal es un invento moderno y fue el turismo de salud uno de los primeros en emerger. Los balnearios y baños de ola fueron evolucionando desde el elitismo novecentista hasta Marina D'or. Las comparaciones son odiosas.
Pues bien, Baden-Baden sigue siendo una ciudad pijilla llena de tiendas guays, boutiques para cuarentonas pudientes y restaurantes con maitre y sumiller. Conserva un Casino de los elegantes y seriotes (antítesis de los de Las Vegas) y varias iglesias, palacetes, casas señoriales y demas ejemplos de arquitectura barroca. Pero lo mejor siguen siendo sus pabellones para tomar las aguas; sitios que retrotraen al rollito de amores entre tisicos o complots entre prusianos. Dentro de las hermosas y decimononicas instalaciones hay una fuente de uso publico cuyas aguas tienen, segun dicen, poderes curativos, magicos y demiurgicos por lo que me paresure a beberlas. La sorpresa fue mayuscula cuando comprobe con indisimulado desagrado que el agua surge a una temperatura mas semejante al caldo de pollo que otra cosa y un sabor solo ligeramente mas agradable que el agua de fregar. Por cierto, los helados en alemania son muy buenos y muy baratos. Obviamente tuve que engullir cuatro o cinco conos antes de sacarme el sabor del agua(ras) del balneario que habia ingerido.
A la tarde nos dirigimos a Heidelberg, ciudad universitaria llena de ambiente, de paseos maravillosos y de edificios con historia. La ciudad nos parecio increiblemente activa pero ordenada, repleta de tiendas y librerias, con terrazas llenas de gente cuan lagartijas al sol. Heidelberg parece un conglomerado de piedra anaranjada a orillas del Neckar. Cruzamos el antiguo puente para subir al Heiligenberg, la colina que enfrenta al castillo y desde la que se tienen las mejores vistas de la ciudad. Para llegar hasta allí hay que sudar la gota gorda por un estrecho sendero, cubierto de ramas y en semipenumbra llamado Philosophenweg que en su tramo inicial más parece una trinchera que un camino. El nombre rememora a sus más famosos paseantes, los filosofos de la cercana Universidad. Pese a todo me resultaba harto dificil imaginar a un Hegel o un Feuerbach con sus polainas y cuellos duros hablando sobre el ser y la nada mientras les atenazaba el flato.
Mientras atardecia sobre la ciudad decenas de personas practicaban footing pero nosotros solo teniamos una idea en mente ¿Era necesario desandar lo andado o se podia uno arriesgar a bajar de nuevo la colina por algún otro camino? La consulta de un mapa publico poco nos ayudo pues se dedicaba más a ilustrar sobre las especies de árboles y pájaros del lugar que en socorrer a dos turistas con agujetas. Habia una mujer a nuestro lado y yo insistíaa para que Nati le preguntase. Tras unos cuantos minutos forcejeando con los tiempos, modos y generos del idioma alemán por fin consiguió formular la pregunta. La mujer nos miró fijamente y nos dijo "Os iba a contestar en alemán pero he preferido no haceros sufrir más". Ja, que cachonda. La mujer era una española que estudiaba o daba clase (ya no recuerdo) en el Max Planck Institute o en alguna de esas academias de connotaciones fuertemente atómicas, cuyas teorías incognoscibles son dignas de cualquier novela de espionaje. Interrogué duramente a la buena mujer sobre los experimentos sobre clonacion humana, control a distancia de la voluntad y el area 51 pero lo mas que me pudo decir es que, efectivamente, se podía descender de la colina hacia el puente nuevo sin desandar lo andado. Mientras cenabamos en una agradable y tranquila plaza heidelbergiana aun me preguntaba que misterios no nos habia querido revelar aquella mujer, víctima de la fuga de cerebros que asuela la fertil ciencia española.